Hace unas semanas concluyó la COP28 en Dubai, la conferencia anual sobre el cambio climático en donde se reúnen líderes políticos y organizaciones de todo el mundo para encontrar soluciones al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y el calentamiento global.
El anfitrión, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), son de esos países que describen perfectamente las contradicciones de los esfuerzos internacionales para combatir el cambio climático.
Es el séptimo productor de petróleo en el mundo y miembro privilegiado de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
Se jacta de ser el primer país de Oriente Medio en ratificar el Acuerdo de París, que busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque albergue siete de las llamadas “bombas de carbono”, los proyectos de producción de combustibles fósiles más grandes del mundo.
Pero ahí no terminan las contradicciones, de acuerdo con una investigación, durante las negociaciones previas, el Sultán Al Jaber, el primer empresario en presidir la COP, ministro de Industria del país anfitrión y CEO de la petrolera Adnoc, cuyo eslogan es Maximum Energy Minimum Emissions, presionó a cerca de 30 países para intentar cerrar acuerdos petroleros.
Los conflictos de interés también alcanzan los principales foros y espacios publicitarios que son acaparados por beneficiarios de los negocios de los combustibles fósiles.
Si bien uno de los objetivos de la conferencia es buscar acuerdos y encontrar soluciones, su mayor acierto es la construcción de discursos sobre el cambio climático que terminan por guiar el debate público y le dan legitimidad al modelo de desarrollo que es responsable de la crisis climática.
En 1972 se hablaba de poner límites al crecimiento. En 1985 se dice que el problema no es el crecimiento, sino la pobreza y que al eliminarla se acabará la degradación ambiental. Es cuestión de redirigir el crecimiento de forma humana y sostenible, decían. Entonces se dejó de hablar de límites y se empezó a hablar de sostenibilidad. La idea era hacer compatible el crecimiento económico con la conservación del medio ambiente y convertirla en política internacional.
La primera conferencia de las partes (COP) se celebra en 1994 y en 2012 el Banco Mundial y la OCDE proponen adoptar el nombre de economía verde. Un concepto que se basa en la posibilidad de disociar las emisiones del impacto material del crecimiento económico, sobre la cual no existe evidencia.
En 2015 se adhieren a la Agenda 2030, el más reciente intento de rehabilitar y proteger el crecimiento económico, sin resolver el problema ambiental.
Desde que los países se sentaron por primera vez a negociar, hace casi 30 años, ni los acuerdos más relevantes como el Protocolo de Kioto (1997) o el Acuerdo de París (2015) han logrado alcanzar su objetivos primordiales de reducir las emisiones de gases invernadero. Peor aún, desde que se reúnen los países las emisiones se han incrementado en 65 por ciento, más de las que se ha emitido los últimos 100 años.
Y no es que no exista evidencia sobre lo que se tiene que hacer antes de que el calentamiento global sea irreversible pero las medidas siempre son pospuestas o desvirtuadas.
La realidad es que la responsabilidad del cambio climático está asociada al desarrollo histórico del capitalismo por lo que es difícil esperar soluciones reales de las negociaciones internacionales y menos si los gobiernos no están dispuestos a transformar su modelo económico.
Mientras eso no suceda, fracasará cualquier intento de reducir emisiones o de adaptarse a un mundo más caliente.
Esas son algunas de las premisas que se desarrollan en el libro Navegar el colapso. Una guía para enfrentar la crisis civilizatoria y las falsas soluciones al cambio climático, editado y coordinado por Carlos Tornel y Pablo Montaño, con la participación de más de 30 personas entre activistas, académicas, escritores, divulgadores, especialistas, ilustradoras y líderes comunitarios.
Se trata de una guía que busca desenmascarar las falsas soluciones promovidas por el sistema internacional de gobernanza climática. Además de presentar una cantidad esperanzadora de alternativas para apelar al sentido común, la solidaridad y la imaginación.
El proyecto inició como un sitio web y a finales del año pasado se convirtió en libro editado en conjunto entre Bajo Tierra Ediciones y la fundación Heinrich Böll Stiftung.
En el libro se incluye el trabajo de ilustradoras como Sofía Probert, Abraham Chacón, Karel Muñuzuri, Mariana Rodríguez y la diseñadora María Fernanda Arnaut.
Entrevistamos a los editores Carlos Tornel y Pablo Montaño, y la activista Yásnaya Elena Aguilar Gil, que escribe el epílogo.
Carlos Tornel es doctor en geografía humana y desde el 2012 trabaja con organizaciones en temas relacionados con la justicia climática y la defensa del territorio.
Inició su carrera profesional en la sociedad civil y participó activamente en tres conferencias contra el cambio climático:
Me di cuenta de que ahí no pasaba nada. Era una forma de los países de patear el balón hacia adelante y de repartir responsabilidades. Yo fui parte de las organizaciones y en alguna época me lo creí todo. Durante mis estudios se hablaba del desarrollo sostenible como una solución a los problemas ambientales y llegué a pensar que por ahí era la cosa hasta que me di cuenta que mi iniciativa y buenas intenciones solo servían para legitimar un modelo.
Un modelo que consiste en pensar que el cambio climático es una falla del mercado que se resuelve con las mismas estructuras, instituciones y sistemas de pensamiento que crearon el colapso. Peor aún, en negar que la crisis climática es el resultado del desarrollo de una parte de la población a costo de otros.
Además se invierte tiempo y dinero en generar datos, darle voz a expertos, académicos y hasta premios Nobel para validar falsas soluciones que van desde el crecimiento verde, el reciclaje, las energías renovables, las energías limpias, la geoingeniería, el hidrógeno verde, hasta la energía nuclear o los mercados de carbono.
Lo único que cambian las falsas soluciones es de nombre. Hace tres años se llamaba NetZero, ahora se habla de soluciones basadas en la naturaleza.
Las falsas soluciones no es otra cosa que la aglomeración de discursos, dispositivos financieros, medidas regulatorias, políticas públicas que de forma superficial pretenden ofrecer una respuesta a uno o varios problemas interconectados y asociados al colapso climático y la modernidad occidental.
De ahí que uno de los objetivos del libro es desmentir los datos, señalar por qué esas soluciones no funcionan y mostrar las alternativas que hay.
¿Cómo evaden sus responsabilidades los países, empresas u organizaciones?
Acuñando nuevas tecnologías, adoptando nuevos discursos, establecimiento de nuevas fronteras para la acumulación ininterrumpida pero sin tomar acciones contundentes contra el crecimiento económico o contra un modelo basado en la acumulación por despojo.
Le preguntó a Carlos si no es mejor que la crisis toque fondo para desde ahí volver a empezar:
El problema es que el capitalismo no va a morir ni aunque se acabe el planeta. Como decía Frederick Jameson, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. El capitalismo invierte dinero, recursos, inventa formas hasta para salir del planeta. No se va a ir y como ya no se puede reproducir bajo sus propios términos, es cada vez más violento, requiere más explotación. El modelo requiere de la crisis para seguir manifestándose. Por eso no es una opción dejarlo morir, porque primero nos va a llevar a nosotros.
¿Cuáles serían las soluciones verdaderas?
Nosotros les llamamos alternativas. La idea de solución es un concepto para convencernos de que la única opción es seguir creciendo sin límite, que solo queda avanzar y producir sin parar.
Algunas alternativas consisten en desindustrializar las economías, en decrecer aquellos países que han crecido a costa de los demás, eliminar las deudas externas o proponer otras formas de relación con el territorio, con la energía, con las ciudades.
Hay muchos ejemplos de buenos vivires, de otros modos más justos de relacionarnos e interactuar creativa y autónomamente con el entorno y con los demás para satisfacer necesidades.
Pablo Montaño estudió ciencia política, medio ambiente y desarrollo sustentable. Es fundador y coordinador de Conexiones Climáticas, una organización dedicada a la comunicación climática. Además ha trabajado con mucho éxito en la divulgación de ideas con formatos como el video, el audio y el texto.
Ha sido activista por la movilidad y ahora esta en la lucha ambiental:
La diferencia entre la movilidad y el tema ambiental o climático es que este cuestiona el sistema. No hay manera de conciliar un modelo destructivo como lo es el capitalismo desde una visión ambientalista. ¿Por qué? porque el capitalismo exige seguir creciendo. Sin embargo, la movilidad sustentable sí puede convivir con el modelo capitalista y lo hace muy bien en algunos casos, sobre todo en Europa. Amsterdam es una ciudad profundamente capitalista y está llena de bicicletas.
A Pablo le gusta insistir que Navegar el colapso es una guía útil, cargada de esperanza. Publicada con la idea de aceptar que está bien no entender nada sobre el tema pues no es fácil frente a los poderes internacionales que le han invertido mucho tiempo y dinero a confundir, a distorsionar la narrativa climática.
La idea es que la guía sea útil para las personas que quieren hablar del tema, pero no sabe ni por dónde empezar.
En el capítulo dedicado a las acciones individuales Pablo pregunta, ¿qué puedo hacer yo frente a la crisis climática?
Ahí explica que el modelo capitalista ha sido muy exitoso en convencernos que podemos ejercer nuestro poder plenamente desde el consumo. Por eso las acciones individuales están tan cotizadas y son bien vistas: desde reducir nuestro consumo de carne, movernos en transporte público o bicicleta, instalar páneles solares en nuestras casas.
De ahí la idea de que la crisis climática es un problema que se origina en la demanda y el consumo individual, y que la solución está en la moderación, la innovación tecnológica y el autocontrol.
Nada más falso pues el problema es que una crisis estructural como la del clima, necesita soluciones sistémicas.
Es tanta la prioridad que se le ha dado al ideal de comodidad, que nos han convencido de que salir un poco de nuestra zona de confort es suficiente para hacer la diferencia.
Tampoco se trata de quitarle importancia a las acciones individuales pero se requiere ser precavido pues han sido muy útiles para distraer, crear divisiones y hacernos perder tiempo y esfuerzo.
Incluso si quisiéramos que tuvieran mayor impacto y efectividad se necesitan acompañarlas con acciones políticas colectivas:
El problema es que somos muy desorganizados o nos organizamos a costa de muchísimo tiempo. Es una inversión tremenda de horas que luego se vuelve inviable al quererlo combinar con los cuidados, con las necesidades de atención a la vida. Y eso es parte de nuestra incapacidad de organización.
Tenemos que desaprender y reaprender sobre la organización no solo en la lucha, sino como un reflejo natural de vivir en sociedad.
Porque ahora no vivimos en sociedad, somos individuos viviendo vidas individuales, con deseos individuales, que además se ven alterados por la existencia de otros individuos haciendo exactamente lo mismo que nosotros. Lo vemos en el tráfico, en los recursos, en la competencia por un empleo y en muchísimos otros ámbitos de la vida.
¿Qué hay de la propuesta de eliminar el Estado ?
El Estado no es necesario, a la fecha nos seguimos organizando como si no existiera. El Estado es muy torpe para ver lo pequeño, para bien y para mal. Se le escapan las infancias y las mujeres. Hay comunidades en donde las infancias no se van a la mierda porque hay estructura y organización. Hasta en la construcción de ejercicios autonómicos y de resistencias, el Estado tiene que recurrir a la violencia para aplastarlas pues no puede con ellas. El Estado no nos llega, el Estado no puede verlo todo. Hay esperanza en prescindir de él, te libera un montón de presión. La tarea es que construyamos algo para resistir aunque el Estado exista o no exista.
Yásnaya Elena Aguilar Gil es lingüista, escritora, traductora, activista de derechos lingüísticos e investigadora mexicana.
Es la encargada de cerrar el libro con un Epílogo/Post Scriptum que titula Operación termita, en el que critica la idea de desarrollo y progreso que hemos adoptado. Piensa que en todas las lenguas y culturas existe una palabra para describir ese anhelo de vivir bien o bien vivir, y que eso nada tiene que ver con las aspiraciones y la velocidad de los modos de vida actuales.
La crisis climática confirma lo anterior, el desarrollo y progreso no forman parte del universo léxico del buen vivir. Al contrario, son conceptos enemigos de la noción básica de equilibrio o acaso, ¿vivir bien es quedarse sin agua potable mientras unas empresas la extraen día y noche de los mantos acuíferos para venderla?
Prefiere apelar a la lentitud, la desaceleración y la calma con la que se marinan los ingredientes de una comida compartida.
Tiene esperanza en las formas en las que movimientos de base se organizan para resistir, interrumpir, sabotear y obstaculizar el avance de megaproyectos en todas partes del mundo, buscando detener la quema de combustibles fósiles y del modelo extractivo, que también funciona en el caso de las energías renovables.
Hay buenos ejemplos de resistencia en la soberanía alimentaria, lo común, el feminismo ambientalista, las autonomías, el decrecimiento o la convivialidad.
¿Hay esperanza en las ciudades?
Aunque en los pueblos indígenas tenemos una tradición larga de resistencia, en las ciudades también hay pequeñas islas donde se practican tradiciones de resistencia, como el movimiento punk o el movimiento anarquista.
Las ciudades son un diálogo entre muchas micro resistencias y en esos pequeños ecosistemas periféricos hay experiencias de autogestión y comunitarias muy valiosas.
¿Se puede ser optimista radical?
Te voy a contar una historia. Cuando vino la colonización a Oaxaca fue algo tan fuerte y violento como lo es actualmente la emergencia climática.
Los españoles controlaban territorios. Los niños se morían de hambre, el tributo era alto. Había trabajo forzado y mucha violencia. Un alcalde entrenó perros para atacar Mixes. Había mujeres haciendo abortos públicos, como rebelión. Las personas gritaban ni dios ni rey ni tributo. Entonces los españoles tuvieron que salir corriendo y durante un tiempo hubo autogobierno, se sembraba maíz y se pudo gestionar la vida sin problema. Después vino otra vez la represión y el orden colonial.
Qué esperanza se tiene en ese contexto con todo lo que destruyeron y cambiaron. Las historiadoras calculan que 9 de cada 10 personas nativas murieron entre las guerras de conquista, trabajos forzados, los tributos y la violencia.
Era un apocalipsis, ¿qué probabilidad hay de que en 5 siglos después sigamos existiendo?
Yo creo que muchos pensaron que no lo iban a lograr. Sin embargo, 500 años después y contra todo pronóstico, seguimos acá.
Entonces cuando me gana la desesperanza, pienso que no es el primer apocalipsis que pasamos y sobrevivimos.
El asunto es que no tendría por qué ser tan terrible y no se tiene que perder tanta gente.
¿Qué es la operación termita?
Se trata de una metáfora para explicar que hay una estructura, un sistema, una tabla rasa grande y pesada con la que los poderosos aplastan a los pueblos del mundo. Hay algunos que piensan que es necesario arrebatar el control de la tabla. Es difícil pero quienes lo logran se convierten en nuevos verdugos. Pero por otro lado hay termitas, pequeñas, minúsculas, distintas, imperceptibles que carcomen la tabla gruesa y pesada. Son tan pequeñas que es imposible aplastarlas. Un día esa tabla se deshará por completo y ahí estarán las colectividades plurales y diversas; proliferaran las estructuras minúsculas.
*Navegar el colapso. Una guía para enfrentar la crisis civilizatoria y las falsas soluciones al cambio climático. Carlos Tornel y Pablo Montaño (Eds.). Bajo Tierra Ediciones. Heinrich Böll Stiftung. 2023.